Te dije adiós. Fue una despedida inesperada, así como el viento que pasa a través de las ramas de los árboles y se va, sin saludar y con apenas tiempo para despedirse. Sin embargo, el espacio que ocupabas fue reemplazado rápidamente por el fantasma de tu ausencia. Mientras más lejos estabas, más fuerte era tu presencia; te sentía cada vez más cerca de mí. Estabas en el amanecer, en el café, en el sol del mediodía, en el canto de los pájaros por la tarde y en mis noches, cómo te gustaba estar en mis noches. Me acostumbré a verte cada día, ver tus ojos taciturnos observándome a lo lejos, tus labios gritando algo que nunca llegué a escuchar, tus manos tanteando en la oscuridad. Poco a poco me acostumbré a ti.
Un día de pronto todo cambió, comenzaste a aparecer esporádicamente en los lugares más predecibles. Estabas ahí como un susurro, apenas visible para mí. Siempre estuviste cerca aunque no pude notarlo desde el primer instante. Con el pasar de los años a pesar de que estabas a mi lado nunca te noté ni te dí demasiada importancia. Te dí la bienvenida a mi vida sin intención de que te quedaras. Cuando eras totalmente invisible para mí, fue en ese momento que decidí saludarte. Te dije hola.
Nota: Se puede leer de arriba a abajo y de abajo a arriba oración por oración.
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